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CODHECUN-0124


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Al arriar la bandera Parecía imposible que yo me viera obligado á presenciar un espectáculo tan terrible. Y no obstante, la realidad se imponía, como se impone la muerte, sin que la voluntad humana pueda evitarla. Con mi uniforme de teniente, al frente de mi sección, desnudo el acero, fijos los ojos en la alta torre de la fortaleza, sugestionado por los brillantes colores de aquella bandera que flotaba arrogante en el espacio, destacándose bajo un cielo purísimo y lleno de luz, sentía agitarse todo mi ser en temblorosas contracciones, superiores á mi voluntad, recordando cuántas y cuántas veces había besado con verdadero fanatismo los pliegues idolatrados de la enseña de mi Patria y cuántas había deseado, en el fragor del combate, morir envuelto en ella ¡¡Iban á arriarla.!! Iba á desaparecer para siempre de esta hermosa tierra, en cuyas entrañas germina, caliente aún la sangre de tantos hermanos. El cornetín de órdenes dio el toque de atención agudo y firme al comienzo, lánguido y triste, prolongado, como un suspiro del alma, al apagarse sus ecos poquito á poco, allá en el inmenso espacio. El pobre corneta dejó caer con pesadumbre su mano, y bajé tristemente la cabeza, como el hijo que por imposición horrible, se ve obligado á pronunciar la sentencia de muerte de su madre Yo sentí un escalofrío imposible de definir, en todo mi cuerpo Miré receloso á mis valientes compañeros de armas y sus rostros pálidos, sus manos convulsas, sus ojos vidriosos y fijos en la torre, procurando contener lágrimas que asomaban á ellos Luego , como un zumbido, el toque de presenten armas trasmití la orden á mis soldados, con voz que apenas llegó á mis propios oídos, y después Después, con la espada apoyada en mi rostro, hendiendo la carne con nerviosa desesperación, fijos los ojos en la bandera de mis amores, de mi vida, de mi Patria, la descender lentamente, majestuosa, abriendo y cerrando á impulsos del aire sus brillantes pliegues, como saludando y despidiéndose para siempre de esta desventurada é ingrata tierra. No pude resistir más: caí de rodillas, tendí los brazos y sollozando grité: ¡No! ¡no!... ¡Madre no te vayas!... ¡No nos abandones!... Al despertar de tan horrible pesadilla me hallé con mi hijita colgada del cuello que me decía: ─Papá ¿por qué lloras durmiendo?... ¿Cuándo nos vamos á España?... ¡Allí nos esperan!... Carlos Carrión. Habana, I.º Septiembre 98.


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