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CODHECUN-0204


Page 1r

LAS NOTAS DE LOS ESTADOS UNIDOS (Escrito expresamente para EL PORVENIR) Correspóndenos hoy concentrar el pensamiento en la Nación Española, nunca tan admirable, por su constancia y por su firmeza, como en los tiempos de crisis agudas y de combates deshechos. La cuestión cubana, por desgracia no es una mera cuestión peninsular ó insular; es una cuestión más que internacional, es una cuestión interoceánica, es una cuestión intercontinental, porque así lo ha querido un supremo error de nuestros vecinos los yankées. En todo tiempo el mundosajón de América deroga los principios nacionales de la democracia moderna y los principios internacionales de derecho público frente á las cuestiones que se suscitan en el nuevo mundo y en sus islas adyacentes. Pero esta escandalosa derogación de los principios nacionales é internacionales, congénitos á la democracia moderna, sube de punto cuando los yankées se hallan, por cualquier motivo, frente á las cuestiones antillanas, en que desvarían todos á una y pierden por completo la cabeza. El principio de no intervención es un principio esencialmente moderno. Invocándolo, combatimos la ocupación francesa en Roma; invocándolo sacó su espada Prusia lo mismo contra el imperio francés que contra el imperio austriaco. Así, en la hora más angustiosa, porque ha pasado una democracia, en la hora de amenazar y aun violar el territorio francés los reyes, porque Francia se había dado en uso de su derecho, la República; como el pueblo, arremetido por tantas fuerzas coligadas, pidiera bajo la irrupción, el auxilio indispensable á los Estados Unidos, único pueblo libre del planeta en aquella sazón, hechura de Francia que tanto contribuyó á redimirlo con sus armas, los americanos respondieron que nada podían por sus hermanos hacer, puesto que proclamaban como base de su política un principio fundamentalmente democrático, y opuesto al principio de los reyes: la no intervención. ¿Cómo y por qué todo esto se deroga y se desconoce al tratarse de los asuntos cubanos, por aquellos mismos que se glorian de haber iniciado al Universo en la democracia moderna? Pues no hay más que una razón: mejor dicho, un pretexto, para cohonestar el abandono de los tradicionales principios democráticos, no hay más razón que la vecindad entre nuestra grande antilla y los Estados Unidos. Pero esta razón, cae por su base con pueblos como San Thomas, Jamáica, Santo Domingo, Haiti, Guatemala y otros muchos, sin que hayan jamás los Estados Unidos pensado pacificarlos en sus guerras, ofrecerles su arbitraje, dirigirlos, como pretenden ahora, con verdadera insania, dirigir asuntos privativos en absoluto de la nación española, quien despues de haber dado á sus hijos de Cuba los derechos humanos, como pueda tenerlos el más libre de los pueblos, los ha puesto en vías de que á si mismos se administren y funden gobiernos locales, tan soberanos como puedan ser aquellos de que América se ufana y envanece. II Desde los comienzos de la guerra, el gobierno americano, ha derogado el principio de no intervención, ofreciendo mediaciones cordiales entre la soberanía española y sus súbditos rebeldes, las cuales nosotros no podíamos admitir por modo ninguno, sin verdadera mengua de nuestro poder y sin triste desdoro de nuestra honra. Siempre que Olney ó Cleveland han presentado, con mayor ó menor habilidad el proyecto de una mediación amistosa, proyecto irrealizable, se me ha ocurrido que América torpemente con esas ofertas temerarias se confesaba cómplice de la insurrección cubana y prometía lo que humanamente no puede cumplir. Los insurrectos pertenecen á la estirpe de políticos intransigentes, los cuales no dan su brazo á torcer nunca y no admiten otra solución sino aquella que han inscrito en sus pabellones facciosos y por cuyo logro se han levantado en armas contra todas las leyes divinas y humanas de la moral y del derecho. Un generalísimo, como Espartero, puede reducir los intransigentes carlistas con ofertas de grados y beneficios que puede dar él mismo en el campo de batalla; otro general, como Martínez Campos, puede llegar hasta la paz del Zanjón poniendo sus condiciones en la punta de una espada victoriosa; pero gobiernos extraños, lejanísimos del centro de operaciones, sin promesas que hacer ni beneficios que dar sino á hombre de Estado y del país mismo, á quienes injurian y faltan adrede con sus intervenciones; gobiernos así, por muy poderosos que sean, padecen de ilusiones engañosas, si creen posible mediar entre indecisa nube de facciosos desalmados y el gobierno regular de un pueblo que se cree dueño y árbitro de sus interiores destinos. Nosotros imaginamos un día, lo imaginamos con fundamento, que, al entrar los republicanos en el gobierno por la elección de nuevo Presidente, América desistiría de sus locos empeños, dejándonos á los españoles arreglar como Dios nos a entender nuestras mútuas diferencias y concluir nuestras guerras civiles. Mas el error enorme ha tomado un carácter tan colectivo, de universalidad tan peligrosa, entre los americanos, que apenas la nueva presidencia tomó el poder, expidiónos un embajador con encargo de pedirnos cuenta del estado de nuestra guerra y prometernos arreglos amistosos; cuentas y arreglos que aparecen como insolencias grandísimas, para las cuales no tiene pretexto alguno en el derecho internacional y que, de admitirlas ó sancionarlas con nuestras aquiescencias, haríamos retrogradar al bárbaro tiempo en que unos Estados se creían autorizadísimos para intervenir en otros Estados, desconociendo las entidades libres llamadas naciones, revestidas de sus derechos propios; con Estado y Gobierno suyos, y sin deber alguno de dar cuenta en este mundo á nadie, y menos á los poderosos, del uso que hacen de aquellas facultades que son profundamente congénitas á su existencia y á su organismo. III Llegó el nuevo embajador este verano á San Sebastián, y cumplidas las fórmulas de tradición, avístose con el Duque de Tetuán. Por cierto que tal entrevista necesaria trajo complicaciones graves á nuestra política y heridas transitorias, pero profundas, á nuestro crédito. Sin que nadie pudiera saber por donde se habían traslucido tamañas especies, corrió muy válida la singlar é increíble de haber presentado el nuevo ministro un Ultimátum al gobierno español, exigiéndole acabara la guerra en todo el mes de Octubre, si no quería intervenciones molestas de los Estados Unidos en sus peculiares asuntos. Yo jamás creí en la existencia de tamaño Ultimatum. Y no lo creí, porque ó yo desconozco mucho á mis conciudadanos, ó ninguno en el ministerio hubiera oido tales impertinencias sin levantarse y poner en las manos del arrogantísimo embajador sus pasaportes, para que no se le volviese á ocurrir otro ataque á nuestra independencia y otro atentado á nuestra honra. Con efecto, la nota no tuvo nunca el carácter que le atribuyera la telegrafía internacional, pero debe notarse cómo la especie no fue á humo de paja extendida, queriéndose con ella indicar por medios diplomáticos, llenos de perfidia, que si á tales extremos no se llegaba por lo pronto, podía llegarse con celeridad en plazo más o menos breve. La nota, lejos de ser amenaza, Ultimatum, proyecto de intervención, arrogancia de poderes soberbios, es una serie de frías explicaciones sobre la trascendencia del conflicto cubano á la república sajona. El embajador se quejaba de que la navegación y el comercio yankées recibían detrimento de la guerra civil antillana; pero á eso todos los pueblos se hallan expuestos. Las insurrecciones casi contínuas de Irlanda en esta centuria; los conflictos entre Italia y Austria; el trabajo de reconstitución que ha necesitado la unidad y el Imperio alemanas; las competencias entre los cantones helvéticos; las porfías de Holanda con Bélgica; el estado de revolución permanente que han tenido España y Francia durante mucho tiempo, habrán resultado en detrimento del comercio europeo; pero nunca, por esta resultante, habrá tenido el comercio europeo la necia pretensión de que los respectivos Estados arreglaran por intervenciones directas ó indirectas conflictos que no les conciernen. Y las pretensiones de América y las quejas de América y los duelos de América, son tanto más escandalosos, cuanto que desde allí se prosperan las facciones cubanas, se abren grandes listas de suscripción para socorrerlas, se alienta la temeridad suicida de los insurrectos, se urden públicos enganches para intervenir en nuestras interiores discordias, se arman expediciones contínuas que piratean por aquellos mares del trabajo y del comercio, se mantiene viva la esperanza loca de que podrá su colonia romper lazos con la Metrópoli que Dios anudó en el tiempo y en el espacio y que sólo Dios podría romper venciendo con soplos de su cólera celeste á la invencible nacionalidad española. IV Después de aseverar que sufren grandísimo detrimento el comercio y el trabajo sajones con la guerra cubana, el nuevo embajador proclama, de modo alto y solemne, la resolución en el poder ejecutivo yankee de conservar, no ya buenas relaciones, relaciones cordiales y cariñosísimas entre América y España. Según la nota, el poder ejecutivo de la gran República jamás abandonará la política sustentada por Cleveland, quien se negó siempre á las declaraciones que temerariamente querían imponerle, así una parte considerable del Congreso, como una parte considerable del Senado; mientras la declaración de beligerancia, por los representantes del pueblo americano reclamada tantas veces, dependa del poder ejecutivo; éste mantendrá sus deberes internacionales y no reconocerá como beligerantes á los que son, pura y simplemente, facciosos. Pero tras estas declaraciones tan claras y expresivas, la nota recuerda que no se halla sólo el poder ejecutivo en América; que los parlamentarios pueden llegar hasta una proposición llamada conjunta, la cual tenga fuerza de obligar sin necesidad alguna del veto presidencial; que clama dentro de América con clamores altísimos una parte de la opinión por extender á toda Cuba el régimen de la manigua; estado mental y litoral capaz de llevarnos con su empuje no á conflictos imposible, pero á dificultades varias, de cuyo seno pudieran surgir armados los conflictos. Y para evitar esto, el Gobierno americano desea del Gobierno español, no exige, pues lo desea, repito, que amistosamente se le comuniquen las esperanzas por el Gobierno sentidas de concluir pronto con las plagas guerreras, en bien del nuevo mundo y de todo el planeta. Después de tales peticiones, se vuelve con insistencias inverosímiles al principio de intervención, acariciando la idea más absurda que puede acariciarse y que sólo se le ocurriría en este mundo á inteligencias de grado inferior y de naturaleza inferior, acariciando la idea no solamente de intervenir donde no llaman al Gobierno americano, de intervenir con el beneplácito nuestro, con la sanción nuestra, con la complicidad de nuestra patria, en su propio desdoro y mengua; que tan bajos y tan viles nos cree América, sin comprender cómo, con tales insinuaciones traidoras, se mengua y envilece á misma. Los pueblos pueden intervenir á títulos de amigos entre dos naciones beligerantes, pero no pueden intervenir de ningún modo entre un gobierno constituído y los facciosos levantados en armas contra este gobierno. ¿Qué dirían los Estados Unidos si nosotros les brindáramos con nuestro auxilio para someter á sus indios? Pues los tiene sometidos en aquellas selvas, poco más ó menos, como tenemos nosotros sometidos á los mambises en la manigua. V Esta intervención descarada de unos pueblos en otros, no puede admitirse por manera ninguna, sin riesgo de que todas las bases de los pueblos modernos se conmuevan como á un terremoto y caigan por tierra las cúpulas más altas de los más orgullosos Estados. Nadie últimamente ha descubierto esta verdad, como el pueblo americano, al notificar la imposibilidad absoluta en que se hallaba de tolerar el imperio en Méjico, por no haberlo erigido la voluntad nacional, por haberlo erigido la intervención extranjera. ¿Dónde iríamos á parar si los pueblos se permitieran, descaradamente, no ya intervenir cada cual en la política de sus vecinos, criticarla desde las alturas del poder y con las funciones del gobierno? Puede y debe reclamarse contra todas aquellas disposiciones de carácter nacional que revistan carácter internacional como esas ciudadanías dobles ó triples toleradas por los Estados Unidos, y llenas de bombas explosibles, como toda mentira y dolo, que pueden estallar á cada paso por los males en sus entrañas contenidos. Pero si un gobierno amigo tuviese derecho á preguntarnos cómo regimos nosotros á Cuba, nosotros tendríamos derecho á preguntar á ese gobierno por qué tolera los escándalos municipales de New York, que dejan enanos á todos los Panamás del mundo; por qué tolera las matanzas de hombres, que tienen derecho á la vida, como la perpetrada no mucho en tantos súbditos italianos muertos con violencia y á mansalva; por qué tolera la carnicería de austriacos, semejante á las cometidas en Anatolia y en Armenia, merced al desorden y arbitrariedad de una policía sin corazón y sin conciencia; porqué tolera esos linchamientos que suspenden todas las leyes, burlan todos los tribunales y aplican la justicia con los métodos usados por los hombres primitivos en las edades malditas del combate y del exterminio continuo; por qué tolera la caza de indicio que ojean traillas de perros hambrientos y asesinan legiones de merodeadores feroces, como si estuviera el mundo en plena barbarie. Todo eso lo corregirán aquellos ciudadanos; pero por su propia voluntad, por su propia conciencia, en virtud y obra de su inmanente soberanía, sobre la cual no tenemos ni el derecho de consejo, ni el derecho de advertencia, ni menos el derecho de intervención escandalosa y descarada. Nosotros hemos abolido la trata en los mares; cerrado las bolsas donde se cotizan los siervos; devuelto los hijos que se vendían en subastas públicas á sus redimidas antaño esclavas madres; hecho seres humanos millones de bestias; pero todo ello por nuestro propio albedrío; sin que nadie en el mundo haya osado imponérnoslo, ni siquiera con el escrúpulo de un amistoso consejo. Llegaremos donde hayamos de llegar en materias de gobierno cubano, pero llegaremos por nuestro propio albedrío, que deseamos tener por ello mérito, el cual se perdería si tal obra de redención fuese nacida, no de nuestras propias convicciones, de las ajenas violencias. VI Y una observación tenemos que dirigir á los Estados Unidos, una observación, cuyo fundamento de justicia no puede nadie desconocer en el mundo. Serán muy necesarias las reformas cubanas y serán muy justas; pero no hay período tan opuesto á las reformas como un período de guerra. Si en toda guerra tienen que suspenderse los derecho existentes, ¿cómo habrán de promulgarse otros nuevos derechos? La guerra es el despotismo que se opone al despotismo; la barbarie que se opone á la barbarie; el crimen que se opone al crimen. ¿Cómo bajo un despotismo impuesto por la necesidad, en plena barbarie, con los crímenes sueltos por todas partes, se puede aplicar la justicia, que necesita un criterio jurídico del todo contrario al criterio guerrero y pide para ejercitarse la tranquilidad completa del derecho? En la gobernación pública estuvimos los republicanos; con la guerra de Cuba porfiáramos como todos los gobiernos españoles; y porque Cuba estaba en guerra, nosotros, desde los más conservadores hasta los más radicales, abolimos la esclavitud en Puerto Rico, llevamos todos los progresos compatibles con la unidad nacional á Puerto Rico en premio de su lealtad, pero á Cuba insurrecta solamente le llevamos el castigo que merecían sus violencias y solamente la tuvimos en estado de guerra. Los tiempos mucho han hoy cambiado; las ideas federales más amplias se admiten por los gobiernos monárquicos más conservadores: y Cuba tendrá su autonomía, según las ofertas hechas por el partido gobernante hoy, no el gobierno yankée, el cual nada tiene que ver con eso, al generosísimo y noble pueblo español, nunca tan grande como en estos últimos años, no sólo por los sacrificios que ha hecho en aras de una ingrata región descastadísima, por la generosidad con que ha ofrecido, siendo incontrastable allí, la libertad y el derecho. Pero desconoceríamos el temperamento social en las edades modernas, si abrigáramos la engañosa ilusión de que todo cuanto desea nuestro pueblo, todo cuanto prometen nuestros gobiernos, pueda cumplirse con el necesario desahogo mientras duren estas condiciones, que suspenden toda vida normal; mientras duren la matanza y la guerra. Y nosotros no pedimos al gobierno americano mediaciones oficiosas, escusadas, inútiles, porque ya viejos harto conocemos la índole de gentes con quienes hemos largo tiempo combatido, y no ignoramos que sobre sus arraigadas supersticiones y sus deliberados propósitos, no tiene influjo ningún gobierno de la tierra y mucho menos el débil y flaquísimo gobierno americano. Lo que los Estados Unidos deben hacer es cumplir con sus obligaciones internacionales, ni más ni menos. Cumpliendo estas obligaciones se ahorrarán esa intervención embustera que solo pueden contener notas diplomáticas ridículas; darán la paz á Cuba; conservarán el maternal afecto de su madre España, y devolverán al mundo la tranquilidad que ha perdido por sus inenarrables perfidias. Y nosotros gobernaremos á Cuba como nos plaza, la gobernaremos con principios progresivos, pero por inspiraciones de nuestra conciencia nacional y á impulsos de nuestra voluntad colectiva, sobre las cuales funda España su soberanía en todos los territorios españoles. Emilio Castelar.


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