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CODHECUN-0219
CUBA Y FILIPINAS
Las noticias referentes al discurso del señor Maura, nos han hecho recordar algunas palabras de la carta de un amigo nuestro residente en Cuba.
“Aquí ˗dice˗ sobra en todo el mundo buena voluntad y bizarría para batirse. ¿Sabes lo que falta? Un genio militar que pueda dirigir este inmenso ejército, con estos inmensos servicios auxiliares; y sobre todo falta dinero y dinero, porque el que hay, representado por el billete, es un escandaloso agiotage, para el cual sí que serían pocos todo género de castigos.”
Tal es, á nuestro entender, el estado de la cuestión de Cuba.
Decir que la guerra no existe; que la paz no está en la manigua sino en el Manzanares; que no hay enemigos á quienes vencer, es hallarse bastante lejos de la realidad; salir del paso con figuras retóricas ó con atrevimientos que pasman de primera impresión, y tal vez, dada la situación del Sr. Maura, por su influencia pasada en los asuntos cubanos, cumplir el conocido aforismo de que, en política, atacar es el único medio de defenderse.
Al iniciarse el presente conflicto cubano, había dos caminos: el que ha seguido España, ó el más recto de haber pedido cuentas á los Estados Unidos.
De esta última manera, en uno ó en otro sentido, se hubiera resuelto pronto el problema cubano.
Pero ni ha habido opinión decidida en favor de esa empresa, ni Gobierno que quisiera agitarla, afrontando la responsabilidad de un fracaso, con todas sus trascendentales consecuencias para el orden interior de España.
Ha habido, pues, que decidirse por el otro sistema de solución á largo plazo, por la contienda indefinida con el país y con el clima, y por la lucha no menos fatigosa con una diplomacia sutil, amparadora de codicias y deslealtades.
El grande, el admirable esfuerzo ha sido la acumulación de tantos elementos, en hombres y otros medios de guerra, como se han enviado á la Gran Antilla.
Lo demás, incluso en reciente plan de reformas, no ha sido otra cosa que tanteos más ó menos hábiles, las más de las veces oportunos, dentro de la situación creada; la cual, desde muchos puntos de vista viene confirmando á cada paso que “cuando uno no quiere, dos no riñen.”
Si los repetidos halagos convencen ó desarman á los Estados Unidos, la suerte y el porvenir de la campaña de Cuba, será como el de nuestras pasadas guerras civiles: se acabará por cansancio… de quien menos resista.
Es decir, triunfará al fin España, por la fe de sus hijos leales y los recursos que todavía tiene que sostener ese legítimo empeño de pundonor y de orgullo.
Si surgiera algún genio militar, tal fortuna anticiparía el dichoso fin de las cosas; pero ni la marcha de los sucesos, ni nuestras costumbres en este orden de asuntos, prometen ese suspirado advenimiento.
La política de atracción, las reformas, serán medios auxiliares; pero el triunfo definitivo siempre dependerá de los medios militares, de la abnegación y la constancia.
Ya se sabe lo que ha respondido la insurrección á la propaganda de las reformas; y no se habrá olvidado el estado á que llegó Cuba, con recursos ó con procedimientos distintos de los actuales, hacia fines del periodo de mando del general Martinez Campos.
Lo que en nuestro concepto se debe predicar al país es abnegación, firmeza de ánimo para prever ó soportar todas las eventualidades.
Lo contrario es despertar ilusiones ó promover errores, cuyo mejor castigo sería, de no correrse un riesgo general, entregar la responsabilidad del mando, y poner en el caso de rectificarse pronto, á quien juzgue que con frases galanas puede resolverse en breve el problema de Cuba.
Más diáfano se presentaba el horizonte hacia nuestras posesiones de Occeanía, pero ya puede irse notando el temor que invade de que á esta primera etapa siga otra, tal vez semejante al sistema actual de la guerra en la Gran Antilla.
El regreso, justificado, del general Polavieja, es una lamentabilísima contrariedad, y lo será más grave si entraña un cambio en su plan táctico, cuya ejecución iba dando los mejores resultados.
El talento militar no es compañero inseparable de los altos empleos, ni en las principales guerras antiguas y modernas que dieron eterna gloria á distintos países se entendió que la capacidad, que el arranque, que el genio hubiera de apreciarse bajo el prisma de los años de servicio ó de otras condiciones desde luego respetables.
Nadie pondrá en duda la capacidad de quien obtenga ahora el mando de Filipinas; pero si allí se inicia un prestigio nuevo, que ha demostrado sus facultades en repetidas ocasiones ¿porqué no abrir un paréntesis en la rutina, porqué no favorecer esa esperanza y rodearle de medios para que no interrumpa su acción, intentando llevar á cabo, sin impedimentos, lo que bajo tan felices auspicios se ha comenzado?
Tal es el aspecto bajo que hay que examinar en estos momentos la campaña que sostiene nuestro país en el archipiélago filipino.
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