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CODHECUN-0220


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SUCESOS GRAVES LAS NOTICIAS DE ANOCHE El contenido de los telegramas que verán nuestros lectores en el lugar correspondiente, casi ahorra toda aclaración ó comentario sobre los graves sucesos de política internacional y de política interior, ocurridos en el día de ayer. La declaración de la beligerancia á favor de los insurrectos cubanos ha sorprendido á todo el mundo, no porque nos forjáramos aquí ilusiones respecto al estado de la opinión en los Estados Unidos y especialmente en el Senado de Washington, sino por creerse generalmente que habian de meditarlo mucho antes de tomar una resolución extrema de tal índole. Los jingoístas, los patrioteros, han vencido, importándoseles un ardite la declaración prudente y terminante de aquel gobierno de que los Estados Unidos no estaban preparados para una guerra con España. La beligerancia no trae implícita la guerra; no estamos aun, aunque los ánimos impresionables crean otra cosa, en la vísperadade un rompimiento de hostilidades; pero desde luego dejan de ser cordiales las relaciones entre ambos paises y sufrirán cuando menos, de la hostilidad entre sus intereses, de la mútua desconfianza, del quebranto de los negocios. Esta es una de las guerras que menos convienen á los Estados Unidos. Nada vale el acuerdo del Senado yankee, si el presidente Mackinley interpone su veto. Esta es la cuestión. Ya los telegramas venían indicando la presión que sobre él ejercían, amenazándole con el fracaso de sus tan decantadas tarifas aduaneras. Esos senadores yankees son capaces de todo, bien se ve; y lo mismo que traen una situación violenta y un concepto de arbitrariedad é injusticia á su país, llegarían á promover una crisis presidencial, para llevar adelante sus caprichos. Ahora ha de verse qué clase de hombre es el Sr. Mac. Kinley. Si es un hombre discreto y un patriota verdadero, ó un ambicioso vulgar, capaz de entrar con todas, como suele decirse, para disfrutar del puesto á que ha ascendido. No hay que confiarse demasiado. Si se ratifica la declaración de beligerancia, podrá confirmarse la moraleja de que de cualquier situación mala puede sacarse un partido bueno. Ya lo indican las declaraciones del Sr. Cánovas y ya se sabe que quien no se consuela es porque no quiere. Lo más grave en esta cuestión no es la ventaja material que signifique para los insurrectos; es el efecto moral de ese desconocimiento de nuestros derechos y esa ofensa á nuestra bandera. Los insurrectos cubanos reciben el consiguiente beneficio; podrán libremente contratar empréstitos, y alucinarán á elementos propensos á esas sugestiones. Pero sin necesidad de beligerancia, eso han venido haciendo desde el principio, no hallando otra oposición para sus planes y armamentos, que comedias chocantes como la del proceso del Bermuda y otras análogas. Contra el efecto de relumbrón de la beligerancia está la realidad de la perseverancia enérgica de nuestro país y de la situación á que han llegado los insurrectos y que no es fácil que mejore. Si la beligerancia se declara, quizás haya entre nosotros, quienes por un sentimiento patriótico y por un noble afán lo celebren. Nos referimos á nuestros marinos de guerra, que han venido estando en Cuba sujetos á contínuas penalidades y riesgos, y sin la esperanza de hechos notorios que compensasen tal situación y agregasen nuevas glorias á la Armada nacional. Ya se sabe lo que ha ocurrido en cuanto se ha tratado de oponerse á las expediciones filibusteras con medios verdaderamente eficaces: en seguida la desautorización, la destitución disfrazada; el mandato de permanecer inactivos junto á las costas, como si fuera posible establecer en ellas el cordón que impidiese los desembarcos. La beligerancia nos privará del concurso de la marina de los Estados Unidos; pero hará eficacísimo el servicio de nuestra marina en aquéllos mares. Falta, para saber á qué atenerse, lo esencial en esta cuestión, la actitud de Mac Kinley. Mientras tanto, en vez de desorientarse ó perderse en la incertidumbre y el desconcierto del revés ahora sufrido, lo importante es examinar el partido mejor que cabe obtener dentro de la situación de las cosas. En los telegramas y la carta de nuestro corresponsal se hallará algo interesante sobre el reciente discurso del Sr. Sagasta y la influencia de algunas de sus palabras en los ánimos de los patrioteros norte-americanos. Nadie creerá que ellos estuvieran esperando tal manifestación para decidirse; pero es muy de sentir que para justificar su actitud tomen nota de manifestaciones públicas hechas por un hombre de Estado español de la altura del Sr. Sagasta. Ligerezas de nuestros políticos, los cuales en tales materias olvidan que no hablan solo para España ˗donde lo que dicen es valor entendido, y se traduce por lo que quiere significar y por el sentimiento en que toma origen- y que les escuchan quienes pueden ignorar esas íntimidades y tienen el derecho de toar las cosas al pié de la letra. En vena de ligerezas, imprudencias y arrebatos se está. A buen hora nos descubre el secreto de su carácter el Sr. Duque de Tetuán. En los negocios de Estado la buena forma es el todo. ¿Quién puede fiar para asuntos tan graves en quien, á sus años, y por solo el mal efecto de una noticia, y una cuestión de palabras atropella por todo, y aumenta con nuevas complicaciones los dolorosos trances por que atraviesa el Estado? Se comprende que el Sr. Cánovas, con tal colaboración, tenga que ser algunas veces ministro universal y árbitro en todas las cuestiones que á su alrededor se suscitan. Es indudable que todo esto crea nuevas dificultades para el gobierno, pero á nuestro juicio se engaña quien piense en una inmediata crísis. El incidente de la bofetada se resolverá con amplias satisfacciones parlamentarias (independientemente del curso de la cuestión personal); se esperará la resolución de Mackinley, que la estudiará despacio; y se empeñará el debate en nuestra Cámara, más vivo aun de lo que se esperaba; pero sin consecuencias inmediatas, á menos que no vengan nuevas complicaciones. Las más temibles para la estabilidad del Gobierno serían las que partiesen del lado de la mayoría: ya se irá viendo lo que haya de esto en el curso de los debates. En cuanto á que un cambio de gobierno traería el remedio de nuestras desventuras, y que éstas sean la consecuencia de actos de un solo partido el lector imparcial y desapasionado podrá juzgar y decidir. La crisis próxima será una nueva edición de las últimas habidas, casi puede asegurarse; por tácito convenio y por público compromiso de ayuda de los vencidos á los vencedores. Todavía no es tiempo para juzgar la obra de Cánovas en este período de su vida pública, pero á pesar de tanto contratiempo y tantas dificultades quizás se aprecie en lo porvenir como lo más importante en su obra de estadista y de patriota. En tiempo normal, cualquiera puede preveer y gobernar con lucimiento y fruto. Ante las graves circunstancias que aun duran para el país, difícil sería hallar en España quien se mostrase á la altura de la situación, como, si no en todas, en no pocas ocasiones, le ha sido dado lograrlo, al Sr. Cánovas del Castillo.


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