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CODHECUN-0234


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LA VERDADERA CAUSA Tenía mucha razón nuestro colega El Correo de Madrid; el fenómeno singularísimo de que la opinión pública haya recibido con la mayor indiferencia el lamentable resultado de la última contienda internacional, en que hemos representado el papel de víctima, no es atribuible á la supresión de garantías ni al restablecimiento anacrónico de la prévia censura. Para apreciar en su justo valor semejante estado de ánimo del pueblo hay que mirar más hondo y que pensar más alto. En presencia de las catástrofes de Cavite y de Santiago, de Cuba, aquí en la Metrópoli, que un día dictó leyes al mundo entero, no se han suspendido las corridas de toros ni algunas otras fiestas populares en señal de duelo nacional. Excepción hecha de las infelices madres, de las viudas, de los pobres huérfanos que lloran la pérdida de sus seres más queridos, nadie, absolutamente nadie, se ha preocupado del alcance y significación de la derrota. Acusa esto una falta de sentido moral, que á no dudarlo, responde á causas muy profundas y arraigadas de antiguo en la conciencia de nuestro país. Y es que los españoles vivimos dentro de una situación á todas luces y en todas direcciones corrompida: hemos formado una administración pública, no ciertamente para la patria, sino en provecho exclusivo de los empleados que viven, pegados á la nómina como el molusco á la roca. Por donde quiera que tendemos la mirada, no vemos otra cosa que egoísmos y conveniencias individuales. Cuando en cualquier astillero se coloca en gradas la quilla de un barco destinado á la Marina de guerra, barco que ha de tardar muchos años en construirse y en ponerse en condiciones de cumplir su cometido en los mares, lo primero que se hace es dotarlo de personal, como si estuviera navegando. Y esto se hace para satisfacer los deseos de los que viven en íntimo contacto con los Ministros ó gozan de altas influencias. Nuestra política corrompida ha hecho también su entrada triunfal en el sagrado recinto de la ciencia y de la enseñanza, ejerciendo dentro de el su perniciosa influencia, como lo comprueba el hecho recientemente ocurrido en Sevilla y en Cádiz, á imitación de otro caso de la misma índole registrado en tiempos en que el imperio del caciquismo estaba en todo su esplendoroso apogeo. Hasta la Iglesia -y quien dice la Iglesia dice también la magistratura, y la milicia- no es para el común de los fieles y los modestos pastores, sino para los primados y archiprimados. Y si de los institutos armados y de los institutos civiles pasamos á los cuerpos colegisladores á las asambelas provinciales y á los ayuntamientos Ayuntamientos, halleremos reproducido el fenómeno con mayor intensidad todavía. Son Diputados á Córtes no los hombre mejores ni los más reputados del distrito y de la circunscripción, sino los hijos, los yernos los parientes, de los hombres influyentes en lo político y en las más altas esferas de la nación, de los palaciegos y de los contertulios de los Ministros, en cuyas reuniones se fraguan las candidaturas y se rellenan los encasillados. Van al Consejo y á la Diputación provincial, no aquellos individuos más compenetrados de las necesidades locales y de mayor arraigo en la ciudad por su posición, independencia y propias garantías, sino los que elige el protocacicato de la provincia ó del pueblo. ¿Cómo en vista de tales organizaciones, que van del centro a la periferia, se quiere que haya país ni que existan opiniones? ¿Cómo ha de producir esta oligarquía, ciudadanos que se interesen por la suerte de la patria, cuando la nación viene siendo el patrimonio de unos pocos? Los hechos con su avasalladora elocuencia, han venido á demostrarnos, que dentro de la nación, tal y como se halla en la actualidad políticamente constituida, no existe ningún organismo sano, que el nivel social dista mucho de ser el que corresponde á un pueblo civilizado y culto, y, en una palabra, que la patria y la nación son conceptos que han pasado á ser un simbolismo ó un recuerdo de preteridas grandezas.


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