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CODHECUN-0273


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LOS MASONES Y LA INSURRECCIÓN CUBANA El periódico que en Madrid es órgano del apóstata Cabrera, hase atrevido á sostener que las causas de la última guerra de Cuba no fueron otras que la desmoralización general de aquel país, y de ese estado de desmoralización culpa al clero católico. Sólo el desdichado Cabrera, en su perturbación, puede sostener tamaño absurdo, y sin duda lo hace para rehuir la responsabilidad casi exclusiva que alcanza á sus secuaces y amigos los masones. Con textos del Sr. Pirala ha pretendido probar su extraño aserto, y con textos terminantes del mismo autor vamos á decirle cómo y quiénes prepararon é iniciaron aquella insurrección. Dicen así: Los conspiradores de Cuba, como los de Puerto Rico, estaban de antiguo organizados masónicamente, y en esta forma, tan preferida en todo tiempo por los propagandistas americanos, llevamos adelante su obra separatista. Al efecto, tenían dividida la isla en diferentes logias, obedientes á los hermanos de superior graduación que trabajaban de acuerdo con el Comité ó Junta establecida en la Habana, y relacionado con la primitiva Junta revolucionaria de Nueva York. Hay escritores como el Sr. Cisneros, y otros que dicen que en las logias masónicas no existía completa conformidad respecto del tiempo y de la forma en que debía darse el grito revolucionario, como se demostró en la reunión que el 4 de Agosto de 1868 celebraron los afiliados para decidir los puntos que motivaban la desidencia. En aquella junta, conocida entre los conspiradores con el nombre de Convención de Tirsan, á la que asistieron representantes de Puerto Príncipe, Manzanillo, Tunas, Camagüey, Bayamo y Holguín, no se consiguió una verdadera avenencia, porque mientras unos señalaban el plazo de dos meses para el movimiento, se oponían otros fundándose en que sus distritos no contaban aún con los suficientes medios para emprenderlo, pidiendo, por tanto, que fueses el término más largo y el necesario para adquirirlos. Además de esto, había una trascendental desconformidad entre las aspiraciones de unas y otras logias que las dividía profundamente; pues mientras unos querían á toda costa hacerse independientes de la metrópoli, otros se inclinaban á la anexión á los Estados Unidos, y muchos de los afiliados preferían disfrutar, bajo la nacionalidad española, los derechos políticos que su Constitución concedía para llegar después á la independencia. La delegación de Puerto Príncipe, compuesta de los hermanos Salvador Cisneros y Carlos Mola, combatió el plazo de dos meses y era la que más se inclinaba al anterior acomodo, así como el aplazamiento de las operaciones militares por un año; pero la de Bayamo pretendía, por el contrario, que la revolución empezara desde luego con un carácter francamente separatista, y que sin pérdida de tiempo todos los distritos que necesitasen las armas precisas para emprender la lucha las buscaran en Nassau ó en los Estados Unidos. Era unánime el pensamiento, según Cisneros, de todos los hermanos á quienes habló, no ser conveniente lanzarse á la revolución, como pretendía Bayamo, sin que antes se contase con los elementos que ya se estaban procurando. Las conferencias concluyeron sin llegar á un acuerdo; pero á mediados de Septiembre, accediendo la exaltada logia de Bayamos á instancias de Manzanillo, anunció á los del Camagüey que había decidido prorrogar por tres meses la hora del movimiento, con lo cual no se conformó tampoco el Comité de Puerto Príncipe, porque lo mismo allí que en Vuelta Abajo y en otros puntos se necesitaba más tiempo para llegar á un arreglo definitivo y concluir los preparativos revolucionarios. En otra reunión celebrada en un tejar, á la que asistieron los hermanos Augusto Arango, Ignacio Mora y Rubalcaba, se trató del estado de las Tunas, que el último consideraba delicado, y lo mismo Bayamo, que sin embargo de la falta de armas y de la escasez de elementos, querían á toda costa lanzarse á la lucha sin esperar el fin de aquel plazo. Y tampoco esto hizo cambiar la opinión de la mayoría de los convocados, quienes, confirmando su anterior acuerdo, manifestaron que no debía contarse con Puerto Príncipe, Holguín, ni Cuba, mientras no pudiesen disponer de los medios necesarios para salir airosos en la empresa, eludiendo, por consiguiente, toda responsabilidad en los conflictos que por las impaciencias de los imprudentes pudiesen ocurrir. El 20 de Septiembre regresó Cisneros á Holguín con el acuerdo de Puerto Príncipe en contestación al de Bayamo. Así las cosas, y sin previo aviso, no era de extrañar, por tanto, la sorpresa en los que más sobre seguro querían obrar, al saber el levantamiento del afiliado D. Carlos Manuel Céspedes. Demostrado queda con el testimonio, no ya de un testigo presencial, sino de uno de los principales actores de aquellos sucesos, la parte que la masonería tomó en la preparación y desarrollo de aquella desastrosa lucha. Cabrera es masón, nuestros lectores lo saben; lo era ya cuando se inició la pasada insurrección cubana. Vea, pues, al hacerse solidario de los reprobados fines de esa nefanda institución, cómo se hace reo de un delito de lesa patria. No, no pretenda echar sobre los católicos la culpa que sólo es de los masones, por la Iglesia católica anatematizados. Al tratar esta cuestión el apóstata se ha echado, sin quererlo, la ceniza en la frente. Parte de culpa alcanza también á los Gobiernos que consintieron el desarrollo de las logias. Sin esa indisculpable lenidad, la Iglesia y la patria no tendrían que lamentar días de luto, y hombres como Cabrera no alzarían su voz para escándalo de las gentes sensatas. En confirmación de lo que llevamos apuntado de que la masonería es la fautora de la insurrección que combaten nuestras tropas en la isla de Cuba, lo dice bien elocuentemente el hecho reciente de haber mandado cerrar el Capitán general Sr. Calleja, las glorias masónicas de todo el territorio, en el momento que se lanzó el grito de rebelión contra la madre patria, por sus espúrios hijos. A éstos perteneces el apóstata Cabrera y todos sus secuaces, los protestantes y masones.


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