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CODHECUN-0284
NÓ CULPA, SINO DESGRACIA
Jamás quise dar una plumada sobre política, ni políticos, por dos razones sencillas. La primera, por que no me gusta; y la segunda... por que tampoco me gusta; más, como aparte de la desgraciada muerte del insigne dramaturgo D. Manuel Tamayo, y de la provisión de la presidencia del Ateneo, á favor del Marqués de la Vega de Armijo ó de Echegaray, nada acontece que sea extraordinario, voy á exponer en este artículo, parte de mi opinión sobre los sucesos de actualidad.
Desde que la tea de la insurrección prendió fuego, primero en los campos de Cuba y después en los de Filipinas, el clamor general se dirige á las poltronas del gobierno, ocupadas por distintas personalidades, durante los tres años de guerra, en demanda de una culpa, que si en la apariencia existe, en la realidad no la hay.
No crean mis benévolos lectores, que al sentar la téxis anterior, que al afirmar lo que dejo dicho, mi espíritu es parcial, y mi ánimo es defender á determinadas personas. No, yo jamás defendí política alguna, ni me mostré partidario de ningún sistema de gobierno. Para mí, todos son iguales, todos están cortados por el mismo padrón, y los hechos, más fieles que yó, han venido á demostrarlo con esa elocuencia, que ni necesita de lujos retóricos, ni de erudición barata.
A los pueblos, á las sociedades, y á los hombres, les ocurre lo que á las flores, tienen una época de florecimiento, de estado mústio y de falta de olor. Los siglo XIV y XV, y hasta el XVI fueron para nuestra patria, en la edad moderna, la época del brillo, los tiempos de la lucidez, y ambos se encarnaron, en las colosales figuras de Isabel I, Colón, Gonzálo de Córdoba, Cisneros, Cortés, Pizarro, Magallanes, Legazpi, Cervantes, Calderón, Encredo, Moreto y Villamediana, de una manera tal, que el orbe entero, fué círculo pequeño para aquéllas inteligencias privilegiadas, y para aquéllos espíritus grandes, imposibles de vencer, y fáciles de admirar.
Políticos y guerreros, literatos y gobernantes, de todo floreció en aquélla época gloriosa; tanto y tan abundante, que es imposible volvernos á reunir, como juzgo también imposible el que tras la decadencia presente venga una reacción saludable capaz de salvarnos.
¿A quien podemos atribuir la culpa, de que la España de entonces, llegara á ser la reina del mundo, la señora de las naciones, la que imponia sus leyes, desde el polo ártico al antártico, y extendia su voluntad y sus dominios, de un extremo á otro del Ecuador?
A la época, nada más que á la época; á la suerte de sus gobernantes, y á la temeridad de sus capitanes.
¿Quien tiene la culpa de que en aquel tiempo, todos los que dirigian los destinos de la patria, tuvieran el acierto, el valor, la voluntad y el arrojo, de que aquéllos disponian? La suerte y nada más que la suerte.
Pues esa misma causa, ese mismo principio que tan variable es, es el que tiene la culpa, de que en el presente siglo, no haya habido entre los que manejan y manejaron el timón de la nación, ni un sólo hombre que á la inteligencia uniera el acierto, y á la voluntad el arrojo. Los que se engalanarón con una de estas cualidades, carecieron de las otras; y el que más tuvo se encontró sólo, y sin fuerzas para imponerse.
Desgracia se llama, y no otra cosa, lo que hoy nos sucede. Nadie es culpable, de que aquéllos á quienes encomendamos el honor y la honra legada por nuestros abuelos, carezcan de las condiciones necesarias para mantener incólume nuestra herencia. Pero no es solo esto, sino que todos los demás, que forman el núcleo de la política están contagiados del mismo mal, ó nacieron con él, y llámense republicanos, llámense monárquicos, constitucionales ó absolutos, lo único que nos resta esperar, es el designio de la Providencia; único que según ha dicho Castelar, puede salvarnos y hacernos revivir.
Por la tribuna del Gobierno, han pasado sucesivamente, como las figuras de una linterna mágica, todos los que prometieron hacernos feliz. ¿Lo consiguieron? Unos por falta de oportunidad, por torpezas los otros, por imprevisión los de aquí, y por falta de energia los de ellá, el único resultado positivo que tenemos, es la pérdida de todas nuestras colonias, la ruina de la patria y la pobreza del hogar.
Los que nos gobiernan y gobernaron lo hicieron con los mejores propósitos; sus intenciones no fueron perversas; se equivocaron ó acudieron tarde… y esto es todo; adversidades de la suerte, y no falta de patriotismo, como la mayoría cree. Falta de patriotismo no, por que todos los seres por insensibles que sean, tienen una cuerda que liga al hogar, á la familia ó á la patria; cuerda que podrá ser tan elástica como se quiera, pero que únicamente es capaz de romper la guadaña de la muerte.
La desgracia ha hecho que en las presentes circunstancias y en todas las anteriores de este siglo y el pasado, no contemos con un Cisneros, un Gran Capitan ó un Cortés. De nadie es la culpa, y todo ese vocerio que en periódicos y grupos se oye, señalando á este ú otro como causantes de nuestras desdichas, debiera trocarse en buscar, los hombres (si existen) cuya semejanza con nuestros gloriosos antepasados fuera tan aproximada como el caso lo requiere.
Madrid, Junio, 98.
José Pantoja.
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