CODHECUN-0099

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REGENERACIÓN Llevamos cerca de un mes proclamando á voz en cuello la necesidad de regenerar nuestra Patria, y hasta ahora sólo hemos logrado coincidir en que es urgente la realización de tan saludable propósito. Pero aun para esto estamos dando prueba evidente de lo difícil que es alcanzar el bien deseado, pues nos ocurre lo que en esas discusiones de café, donde todos hablan á la vez, lo cual impide caer en la cuenta de que todos piensan del mismo modo, gracias al calor con que se aprecian los incidentes, sin detenerse á meditar su significación y alcance. Todos, en la batallona cuestión, pensamos de igual manera; políticos y periódicos piden uno y otro día que se depongan las pasiones, que se unan las fuerzas del país, que se ahoguen las ambiciones particulares en gracia del interés general, que el esfuerzo sea colectivo y, en fin, que todos ayuden á la obra, pero declarándose cada cual, con más derecho que nadie, á iniciar el movimiento, sin obligación de fortalecer el del vecino. Cuando de todas partes llaman, á ningún lado se atiende. De ahí que en el caso que nos ocupa, sea completamente estéril el esfuerzo de tal manera reclamado. Y, entre tanto, ese inmenso clamoreo que nos aturde, ahoga la quejumbrosa voz de algo que agoniza y cuya vigorización ha de costar numerosos sacrificios. Nos referimos al régimen parlamentario. No creemos nosotros, ni puede creer nadie que reflexione acerca de estas cosas, que la falta de iniciativas vigorosas en el Parlamento dependa de otras causas que de la atonía ó de la indiferencia del país. Por eso, el modo más eficaz de regenerar el sistema parlamentario no ha de partir del Parlamento mismo, ni es posible encontrarle en la facundia ó, mejor dicho, en el furor oratorio. La regeneración del sistema parlamentario, fin que vamos persiguiendo y cuya necesidad en esta reunión de Córtes ha quedado cumplidamente probada, ha de comenzarse por la tonificación y robustecimiento de la colectividad nacional á quien las Cámaras representan. Hasta hace poco, aun esa misma colectividad, como los tiempos eran prósperos, se holgaba y se satisfacía escuchando ó leyendo los discursos y apreciando como algo positivo esas buenas intenciones de que está empedrado el infierno, según la sentencia vulgar. Hoy, en los momentos de desventura, la hora de los discursos ha pasado, y la reconstrucción del edificio hay que empezarla por la base.

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