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NOTAS DIPLOMÁTICAS
Con este título está publicando el insigne escritor don Juan Valera, en El Mundo Naval Ilustrado, una serie de artículos de política internacional, que son muy comentados y aplaudidos.
Del último reproducimos los siguientes párrafos, de mucho interés y oportunidad por referirse á
Las reclamaciones de los Estados Unidos
“La ambición invasora de los Estados Unidos de América vá creciendo con rapidez y extendiéndose por todas las regiones. El gobierno federal se excusa, y no sin aparente fundamento, con la extremada libertad de sus gobernados, á la que no puede poner freno. Pero si esta excusa valiera siempre, seguiría justificando las más crueles é hipócritas maquinaciones contra naciones amigas. Podría el gobierno seguir dando pruebas más ó menos aparentes de amistad y de benevolencia, y seguir los gobernados conspirando contra una nación amiga y tratando de enflaquecerla y arruinarla con una guerra larga y dispendiosa, y esto á mansalva y hasta exigiendo costosas indemnizaciones por los males, destrozos y estragos que ellos mismos causan, fomentando insurrecciones con su aplauso y su simpatía, sosteniéndolas y procurando hacerlas interminables con todo linaje de auxilios: armas, dinero, municiones y vituallas. La cruel é inexplicable indiferencia de las seis grandes naciones que así dejan en este punto á España abandonada y sola, no hallará disculpa cuando se escriba con imparcialidad la historia de nuestros días; y tal vez llegue un momento en que dichas seis grandes naciones se arrepientan de no habernos dado el menor apoyo. No sé si es en el derecho ó en las costumbres internacionales; pero hay ahora algo vigente de que se usa y se abusa de la manera más inícua y que convendría anular, ó por lo menos modificar y coartar en un Congreso diplomático futuro. Habla del derecho y del deber que se atribuye y que se impone cada Estado de proteger a sus súbditos que van ó que viven en tierra extraña y de reclamar en favor de ellos contra cualquier agravio, verdadero ó supuesto y hasta contra cualquier infortunio que les sobrevenga.
De aquí que la llegada y el establecimiento de gente extranjera, que debiera ser fausto suceso, porque llevan al país adonde acuden su inteligencia, su enérgica voluntad para el trabajo y tal vez sus capitales, sea una calamidad horrible, ya que convierte á estos extranjeros, materialmente domiciliados y conservando su antigua patria, en una clase monstruosamente privilegiada, que puede conspirar, subvertir el orden público, burlarse de todas las leyes atropellar todos los respetos, robar, incendiar y matar, y después, si el poder público pone mano en ellos y trata de castigarlos, encontrarse con el veto del Estado de que proceden, el cual Estado, si es poderoso, no se limita á exigir que queden impunes, sino exige también que se recompensen con dinero sus fechorías, forzando así á los ciudadanos pacíficos del país en que las cometen á que entreguen su dinero para que se lleven los revoltosos y los díscolos. Y el horror y la insolencia de todo esto sube de punto cuando de tan desgobernado privilegio no se concede sólo á quien en realidad es extranjero, sino á los malhechores y rebeldes del país mismo, á quienes fácilmente se les dá fuero de extranjería, y con este fuero, la venia, el vale y el estímulo para cometer insolencias y crímenes, por lo menos con impunidad y á menudo con recompensa.
Tal es el extremo á que ha llegado España, ó más bien en que está España desde hace años, en sus relaciones con los Estados Unidos de América. Y no es esto hacer la oposición al Gobierno actual, ni á ningún gobierno español determinado. El mal data de larga fecha. Y siendo causa de él los Estados Unidos, en ellos está la mayor culpa de que podemos acusarlos.
Síntoma de su ambición podrá ser su propósito de anexionarse las islas de Hawai, pero, en mi sentir, aunque la tal anexión no convenga á los intereses y miras de otros Estados, no puede decirse que repugne á la justicia, ni que sea motivo de escándalo y de censura. Si los hawaianos libremente quieren depender de la Unión, en su derecho están de unirse a ella, y en su derecho está la Unión de recibirlos en ella. En virtud de su conveniencia podrán oponerse á esto y reclamar y protestar otras naciones, pero no veo que puedan hacerlo en nombre de la justicia.
Y lo que es para la conveniencia general de la civilización, ¿cómo podrá negarse que las islas de Hawai prosperarán más y serán más útiles para todo el género humano, bajo un poder de origen europeo, aunque establecido en América, que independientes y bajo el poder de un gobierno indígena? Por lo demás, no se emprenda la sorpresa que este propósito de anexión ha despertado. Ya se preparaba y se veía venir desde el año 1875, en que el rey Kalakaua, siendo Grant Presidente de la gran República, se puso bajo su protectorado. Muerto poco ha el rey Kamihamcha III y destronada la reina Lilioujalani por la revolución, ¿qué tiene de particular que no esté de acuerdo con las ideas modernas de aquel pueblo soberano y que quiera ser yankee ó lo que se le antoje?
Tampoco veo que deba censurarse ni extrañarse que los angloamericanos, que se derivan de Europa, aunque no estén en Europa, aspiren á gozar en Marruecos de los mismos privilegios para sus subditos de que las grandes naciones europeas disfrutan. Así como hallo absurdo, peligroso, expuesto á vejaciones, y hasta ocasionado á que se supongan ilícitos logros y ventajas para quienes lo negocian, en la protección que se cree en el deber y con el derecho de dar un Estado civilizado, así hallo conveniente á los intereses de la general cultura, y además casi indispensable, que todo Estado civilizado se atribuya y ejerza este derecho de protección de sus súbditos residentes en un país bárbaro. Al discutir así, yo no condeno, sino que apruebo la reciente pretensión de los Estados Unidos en Marruecos; pero esta misma aprobación hace más clara y patente magnitud del agravio que nos infieren los Estados Unidos con sus constantes reclamaciones contra nosotros y en favor de sus súbditos. En mi sentir, el reclamar de cierta manera presupone la declaración implícita de la barbarie y desgobierno del Estado de quien se reclama.
Este uso ó este abuso diplomático implica previa injuria; expulsar arbitrariamente y sin autoridad para ello al Estado de quien se reclama de la confederacion tácita de los pueblos cultos; es suponer denegación de justicia y que es menester que cada cual se la tome por su mano. De otra suerte, no debiera un extrangero conseguir por la vía diplomática, sino lo que el natural del pais consigue en los tribunales ordinarios litigando contra particulares, ó en el tribunal contencioso administrativo litigando con el Estado; ó, mejor dicho, no debía acudir á la via diplomática, sino á los tribunales, como los súbditos del país.”
Juan Valera
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