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UNA FÁBULA DE FEDRO
Un estimado colega publica con dicho título el apólogo que á continuación reproducimos porque merece ser leido:
“En los tiempos, no sabemos si decir felices ó desgraciados, en que padecíamos bajo la severa férula del catedrático de latín, ¡con qué infantil curiosidad, no exenta de gusto, íbamos traduciendo las fábulas de Fedro!... Una de las que más nos divertían era aquella que empieza. “Ad rivum eumden”. De seguro que casi todos nuestros lectores la conocen. Figuran en ella un lobo y un cordero… El lobo quiere á todo trance armar camorra, y el cordero á todo trance quiere evitarla.
—¡Que me enturbias el agua! —dice fingiéndose muy incomodado el carnicero.
—¡Como he de enturbiarla! —contesta el cordero, —si tú estas de la parte de arriba y yo de la parte de debajo de la corriente!...
—Tú has hablado mal de mí… hace dos años.
—¡Cómo he de haber hablado mal ni bien, si hace dos años no había nacido!..
—Entonces ha sido tu padre…
El final de la fábula no es difícil de adivinar. El lobo la emprende con el cordero á dentelladas, y acaba con él en un abrir y cerrar… de dientes.
En la actualidad están poniendo en acción la fábula de Fedro los Estados Unidos y España. De una parte todo es buscar supuestos agravios; de otra, toda se vuelve dar explicaciones.
Los intereses de mis súbditos padecen en Cuba.
—Allá van indemnizaciones.
—¿Por qué mandas barcos á nuestros puertos?
—Nuestros barcos van á devolveros vuestras atentas visitas.
—Un diplomático ha hablado mal de nosotros…
—Ese diplomático ha cesado ya en su cargo…
—Un accidente casual ocurrido á uno de mis buque me autoriza á prescindir de todas las prácticas y de todos los reglamentos vigentes.
—En las aguas de mis mares lo mismo que en mis territorios yo soy la única autoridad…
No es menester insistir sobre estos dimes y diretes para explicar la aplicación del apólogo de Fedro.
Lo que hay es que la terminación de la fábula política no es tan clara como el final de la literaria.
El papel de cordero no se ajusta al carácter español. Pruebas de prudencia está dando, como quizá no ha dado nunca en el trascurso de su larga historia.
Ha tolerado todo cuanto se puede tolerar: se ha cargado -como vulgarmente se dice- de razón, y es de suponer que no desmentirá con actos de insensatez la cordura de que viene dando muestras.
Pero… he aquí que nos sale al encuentro otra fabulilla, la de “El arco y la cuerda”… No conviene poner ésta demasiado tirante, porque sucede á veces que cuando no se tiene el temple necesario, la cuerda se rompe y hasta cruza, al saltar, el rostro del arquero.
Sinceramente creemos que debe España extremar su actitud pacífica; pero no deben olvidar, los que tal vez nos juzgan más débiles de lo que somos, que si es peligroso jugar con el corazón de un hombre, es infinitamente más peligroso jugar con el corazón de un pueblo, sobre todo cuando ese pueblo es el español, que hasta en los momentos de mayor aparente atonía ha asombrado al mundo con sus sublimes locuras.
No deben olvidar tampoco los que se empeñan en representar el papel de lobos que no es “precisamente” un cordero el símbolo de nuestro escudo.
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