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Las Hermanas de la Caridad en Cuba
Allá van, allá van, henchido el corazón de santas afecciones, como legión de ángeles que tiende el vuelo para llevar ideas de paz y de cariño allá donde el odio y las pasiones han encendido el fuego de la discordia y los ardores de una guerra sangrienta y fratricida.
Allá van, allá van… al corazón de la Manigua, débiles é indefensas mujeres, sin otros arreos marciales que la blanca toca, sin más armas que el crucifico, ni más auxilio que la oración.
Allá van, allá van… a desafiar las inclemencias del clima y los rigores de la estación, á hacer frente á las enfermedades y á las balas, á arrostrar privaciones y sacrificios sin cuento, á retar á la muerte misma en sus mil formas y aspectos diferentes.
No sienten en su pecho la amarga comezón del odio, que induce á la destrucción y á la matanza, sino los estímulos de la caridad que arrastra á la misericordia y al sacrificio propio.
No van ante la perspectiva de humana recompensa, ni por los atractívos de la gloria y los esplendores del triunfo. Un fin más noble las guía, un pensamiento más elevado impele la nave de sus destinos á través de las olas del Atlántico.
En aquellas apartadas playas hay seres que sufren y lloran, que privados del cariño y los solícitos cuidados de sus madres y hermanas, no tienen á quien volver sus fatigados ojos en busca de alivios y consuelos; que tal vez consumen sus días en el fondo de un hospital, herido el cuerpo por traidora bala ó cortante machete, y rasgado el corazón por la amargura de la soledad y la tristeza de la nostalgia; y allá van las resignadas Hermanas de la Caridad á ejercer las funciones de su ministerio heróico, derramar suaves bálsamos sobre esas heridas de la carne y del espíritu, como una abnegación y una alegría que seduce y encanta.
Aves viajeras, que el viento de Dios impulsa por el mundo, su nido no se mece en una zona fija, una región determinada. Cruzan los horizontes de la vida, y allá donde el dolor arranca á sus desdichadas víctimas gritos de desolación, ó la soledad y la desgracia agitan sus negras alas, apagando la alegría en los sencillos hogares y sembrando de espinas los caminos de la existencia, abaten su vuelo y enjugan con sus alas las lágrimas de los que sufren.
Consagradas al culto de la caridad con sus hermanos, no reconocen más fronteras que las que la desgracia marca, y la desgracia ¡ay! no tiene otros límites que los de la humanidad misma, de quien es inseparable y eterna compañera.
Jamas pregunta el nombre de aquel á quien socorren con sus afanes y desvelos; ni aun siquiera le interrogan por su religión y sus creencias. Basta que pertenezca á la humanidad doliente y afligida, para que tenga derecho á sus atenciones y cuidados.
Encarnación viva y sublime del elevado espíritu de la Religión y del Evangelio, aman con especial predilección la soledad y el infortunio, huyendo de aquellos sitios donde el regocijo lanza su alegra carcajada ó donde el mundanal bullicio canta su himno centelleante de risas y rumores.
Comparad ahora esta especie de caridad silenciosa, modesta, pero desinteresada, pura y rica de abnegaciones y sacrificios propios, con esa otra caridad falsa, contrahecha y raquítica, que el mundo ejerce, haciendo de las mayores catástrofes y desdichas un pretexto para la satisfacción de sus concupiscencias y vanidades, y se notará bien, por la fuerza del contraste, lo que va de la caridad evangélica á la filantropía mundana.
Comparad luego esos rasgos hermosos, prácticos y palpitantes del espíritu de la religión católica con los estériles discursos, con la fastuosa palabrería y las decantadas teorías masónicas sobre la fraternidad universal y el amor al prójimo, y por la diferencia de los frutos y resultados podrá lógicamente deducirse la diferencia del arbol que los produce.
Es muy facil abundar en palabras y disertar elegantemente con riquezas de imágenes y brillantez de estilo sobre las excelencias de la fraternidad, cuando de esas retóricas se recoge utilidad en provechos positivos que afectan á nuestra gloria, á nuestra comodidad y regalo propios, con el recurso además de poner á buen recaudo la personalidad propia, cuando la ocasión reclama el sacrificio y el cumplimiento de las palabras: pero es muy difícil, muy grande y muy sobrehumano hacer de la caridad un culto y del sacrificio una obligación y un deber supremo sin el menor estímulo de materiales recompensas.
Para ello es necesaria una grandeza tal de ánimo y un espíritu tan elevado que, despreciando lo mezquino y deleznable de la tierra, sólo aspire á lo que nunca acaba ni sucumbre. Y esta grandeza y esta elevación sólo puede darlas el Catolicismo.
NORBERTO TORCAL.
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