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Edición de la noche
Nuestras cartas
CRÓNICA POLÍTICA
Madrid 14 de Enero 1898.
Debemos aceptar la narración que de los lamentables sucesos ocurridos en la Habana han publicado periódicos que en estos momentos sienten benevolencias por el gobierno, y de antiguo tienen acreditada su adhesión al ejército. Por estas circunstancias parece verosímil y sincero el relato, que admitimos para exponer los primeros juicios, á reserva de rectificar cuanto, con mejor información de los corresponsales, resultare aclarado ó contradicho.
El gobierno ha dado breve noticia del motín: los periódicos lo han referido ampliamente. Mas hacen por tranquilizar los ánimos los segundos que el primero, pues este, por ser lacónico, inspira conjeturas pesimistas, y aquellos, por ser expresivos, dan idea exacta de la importancia de la algarada. Ya se ve como todos los gobiernos se parecen, sin que la experiencia les enseñe que el reservar las noticias de esos hechos no tiene para los mismos ministros y para la opinión ningun resultado práctico. Aparte lo cual, el lector quedaría dolorosamente sorprendido y perplejo al saber que por una ofensa personal inferida á un digno oficial del ejército, había sido atropellada la redacción de un periódico cubano. Si de ahí no hubiesen pasado los sucesos, tendrían realmente poca importancia, porque, sin disculparlos ni atenuarlos, hay que considerar cuanto enlaza los afectos el espíritu de clase, si bien será provechoso á todos que los enlacen para dar en toda ocasión ejemplos de templanza, especialmente con relación á los juicios que emitan los escritores, siempre, naturalmente que de la crítica, no se haga un agravio, y de una razón, un insulto. El motín, reducido á los límites antes expuestos, hubiera sido perjudicial en grado sumo para las autoridades militares de Cuba, por su positiva ignorancia de la preparación del suceso; pero nadie se hubiera alarmado, como ahora ocurre, al considerar que los alborotadores agredieron á redacciones que no han tenido para el ejército sino palabras de respetuosa, obligada y calurosa admiración, y al propio tiempo que vociferaban contra el Diario de la Marina, proferían voces depresivas para el régimen autonómico.
Esto es lo que ha de mortificar realmente á todos, porque si hacemos intervenir á las clases militares en las luchas políticas, volveremos á los tiempos de doña Isabel, y todas las garantías constitucionales, los organismos liberales y la propia paz pública, dependerán en lo sucesivo de voluntades violentas, como lo eran las de aquellos generales que se imponían á la opinión y al trono al pronunciarse con ayuda de unos cuantos batallones. Pero supongamos que aquellas voces de menosprecio para la autonomía no tienen otro alcance que la de una momentánea exasperación contra el abuso de la libertad de imprenta. ¿No hay otros medios para advertir el peligro de la incompatibilidad entre los derechos constitucionales y el estado de sitio? ¿No hay medios para llamar la atención de las autoridades supremas militares acerca de las consecuencias que puedan derivarse de los escritos procaces é insolentes?
¿Porqué acudir desde luego al motín, erigiéndose en jueces de lo que pudieran fallar otros con mas eficacia que el de los destrozos materiales causados en los periódicos?
Si los militares se quejan de los abusos de lenguaje que cometen algunos diarios de Cuba, pueden ser que tengan razón; pero, no la tienen contra esos periódicos, sino contra los gobiernos que no se paran ante el absurdo de constituir un régimen liberal dentro de un país en que la ley marcial es casi la única que debía tenerse en cuenta para todo mientras la paz no fuese una realidad. El ejército es en Cuba casi el único factor social, político y nacional que representa la autoridad de la patria y la soberanía de la nación, y por lo tanto, casi tambien que fuera de las poblaciones de numeroso vecindario, gobierna y administra la isla. En todos los ramos, por consiguiente, el ejército es el encargado de hecho de los servicios públicos, y para la crítica de lo que haga cualquiera de sus individuos, hay que considerar que el estado de guerra impide la libertad del escritor y sujeta su voluntad á las conveniencias de la nación. Es imposible en este asunto perder de vista tal aspecto, y por consiguiente, si los gobiernos juzgan compatible la plena libertad de escribir con las circunstancias excepcionales de la guerra, no hay más camino que hacerles entender que esta es una torpeza contra el régimen liberal y contra el ejército al mismo tiempo. Pero, el encargo de advertírselo, no lo deben tomar sobre sí en las calles, ni en tumulto, los que tan bravamente pelean por la patria, y mejor fuera que no lo tomasen de ninguna manera, dejándolo al patriotismo y á la diligencia de los partidos, y aun de los mismos periódicos.
INCÓGNITO
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