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CARTA DE UN SOLDADO
A manos de La Correspondencia ha llegado la carta que á un su pariente dirige un soldado voluntario del batallón número 1. Es el mismo que hace dos meses relataba de un modo tan pintoresco su bautismo de fuego. Sin artificio retórico ni ropaje literario, el soldado refleja con encantadora sinceridad el espíritu de nuestro ejército y las penalidades de la campaña.
He aquí algunos párrafos de los más interesantes:
LA LUCHA EN LA MANIGUA.
“No cesaré en mucho tiempo de reirme de lo que me dice P… de que cuando entremos en fuego me ponga de los últimos. Aquí, cuando nos enredamos á tiros, el fuego se hace general en toda la línea, lo cual no quita que cuando puedo poner algún árbol de por medio lo haga, porque en la acción de los Moscones estábamos haciendo fuego, cuando notamos que los bambises nos disparaban desde una distancia que no pasaría de 10 metros, y sin embargo no los veíamos.
A un compañero que estaba á mi lado le pegaron un balazo en una mano y yo me levanté (porque estábamos de rodillas), para ver quién tiraba tan cerca, y en aquel momento me dispararon dos tiros que por fortuna mía vinieron á dar en un árbol que estaba delante de mí.
Esa gente tiene esa ventaja; que nos tira, y casi no los vemos.
¡Qué gana tenemos de cogerles, aunque no sea mas que por algunos minutos, en una sabana! Entonces verían qué temple tan duro tienen nuestras bayonetas.
FANFARRONADAS FILIBUSTERAS.
Ellos tienen la portuguesa de decir: á la infantería la matamos á sombrerazos y la chapeamos (macheteamos); pero ¡desgraciados! aun cuando vayamos en columna con fuerzas tres veces menores que las suyas (y nunca pasamos de 300), y ellos vayan á caballo, no se atreven con nosotros.
¿Sabes cómo se meten? Como hicieron con 50 hombres de la tercera compañía que salieron á componer el telégrafo.
Al llegar á una sabana situada á unas dos leguas de aquí, principiaron á dispararles una porción de tiros y después se metieron á machete. Pero de toda la partida sólo se atrevieron á cargar ocho ó diez jinetes, y de éstos ocho volvieron grupas. Sólo dos fueron los más valientes, pues llegaron sobre los nuestros y dieron un machetazo en la cabeza á un soldado, hiriéndole levemente, y un tiro en una pierna á otro.
Pero lo que es ellos no volverán á machetear á nadie. Allí los atravesaron á bayonetazos.
Total: desde que estamos en la isla, mi batallón no ha tenido más que tres bajas, y éstas por heridas no graves.
EL ENEMIGO HUYE.
El otro día salimos en columna á perseguir á Máximo Gómez, pues decían que no estaba muy lejos, y estuvimos cinco días en el campo (por cierto que una de las jornadas fue de once leguas), y sin embargo, a pesar de la mucha gente que llevaba el cabecilla, no se atrevió á esperarnos.
A nosotros no nos arredra el agua, ni el fango, ni el hambre, ni el calor, porque de lo que vamos á morir va á ser de una irritación de ver que esa gente no nos hace cara.
Desde el último soldado hasta el primer jefe, todos tenemos unas ganas rabiosas de pelear, sean los enemigos cuantos quieran. Queremos demostrarles que somos los españoles de antes y que para cada soldado necesitamos cinco ó seis mambises.
Tenemos que hacer alguna que sea sonada, porque cuando salimos de la Habana, el Casino Español y todos los patriotas nos daban vivas, y el cielo parecía un castillo de pólvora de tantos cohetes; pues figúrate, si acabamos batiéndonos mucho y bien, la vuelta va á ser el delirio.
Sobre todo, nos habremos portado como buenos hijos de España.
EL RECUERDO DE LA PATRIA.
¡Si supieras la alegría que da cuando se ven unas fuerzas á otras.
Verías allí preguntarnos á gritos si viene algún paisano nuestro para abrazarle y marcharnos á la cantina, y allí hablar de nuestra tierra mientras paga el gasto el que lleva algunos centavos en el bolsillo.
Aquí los más unidos somos los murcianos. Mira lo que me sucedió el otro día. Cuando vinimos aquí la primera vez, llegué con bastante apetito, al mismo tiempo que un destacamento que había aquí del regimiento de la Habana estaba comiendo el rancho. Me acerqué á un grupo y dije:
¡Compañeros! ¿Queréis dar un poco de rancho á un murcianillo con apetito?
Al ori el cabo furriel la palabra murcianillo, dió un salto, y acercándoseme con muestras de grande alegría, me dijo:
─¿Conque eres de Murcia?
Y a mi respuesta afirmativa me abrazó, y cogiéndome por un brazo, me llevó á la cocina, y allí me obsequió lindamente; después me convidó á tabacos, y quedamos muy amigos.
UN SOLDADO POETA.
Ahí te envío unos versos de un compañero. No sé si serán buenos ó malos; pero lo que sí te digo es que nos han hecho llorar á todos, Sol del soldado Julián Jimeno Caballero, que tiene en un teatro de Madrid una obra titulada El Temerario.
EN LA MANIGUA.
¡Qué agreste es la manigua! ¡Qué contínuas penalidades al soldado causa!
Aquí un río se encuentra que le impide pasar, él vadea y con constancia continúa marchando; luego á poco un mar de fango allí le pone á raya.
No le arredra tampoco, lo atraviesa, y legua á legua sigue con su marcha.
Un sol abrasador le tuesta el cráneo, después viene á calarle un mar de agua, y el desvelo y el hambre y la miseria no son á acobardarle en la campaña.
¡Ay, madre y novia! ¿Cuándo podré veros? ¿Cuándo volveré á ti, querida patria? Si una bala no corta la existencia de este pobre soldado que así clama.
Si un día piso el suelo de mi cuna y allí no encuentro la mujer amada; si no viven mis padres ni los seres que llevo yo grabados en el alma, ¿para qué quiero vida? Tal no vea y que á mi esfuerzo corresponda España, dejándome abrazar á los que estimo y dando á todos los que estimo calma, y así tan sólo olvidaré algún día de la manigua el crimen y asechanza, que tanto me enardece y tanta sangre cuesta á quien lucha por la buena causa.”
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