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POR LA PAZ
El ministro del Gobierno insular, señor Dolz, ha dirigido desde las columnas del periódico La Discusión, un hermoso llamamiento en bien de la paz á todos los cubanos.
Quiere dicho personaje que Cuba sea una colonia autonómica y no un territorio de explotación para los Estados Unidos; que se unan todos los cubanos para hacer una política elevada, esencial y genuinamente cubana bajo la soberania de España; que en un plazo breve sea sancionada la paz, empleando para logarla todos los medios lícitos, sin humillaciones de ningun género; que los insurrectos se abracen con los demás cubanos, admitiendo la autonomía otorgada á Cuba por el partido liberal.
Por último, el Sr. Dolz ha dicho que, si para lograr la paz y como base de un pacto fuesen necesarias reformas, mejoras, modificaciones y hasta ampliaciones, el Gobierno y la opinión pública de la Metrópoli no pueden considerar obra intangible los estatutos coloniales, y accederían á tales demandas sin otro límite que el del prestigio de la Nación y la efectividad de su soberanía.
Tiene razón el Sr. Dolz, aunque se esfuercen en demostrar lo contrario los periódicos que tachan de graves y antipatrióticas las manifestaciones que dejamos apuntadas.
También entre nosotros hay peligrosos jingoes como los hay en los Estados Unidos; también tenemos que sufrir sus patrioteros escritos y sus palabras huecas.
Necesitamos la paz á toda costa, y si por los medios expuestos por el Sr. Dolz la paz llega á hacerse, todos los buenos españoles le bendeciríamos con orgullo.
¿Sería deshonor para España pactar la paz con los insurrectos de Cuba, aunque para ello fuera preciso ampliar el régimen autonómico?
Creemos que no.
¿Sería conveniente que se prolongase la guerra?
Contesten á esta pregunta los que no saben aún en qué se fundan los sentimientos humanitarios que deben abrigar todas las personas honradas.
Cese ya la guerra, que el pais se empobrece, que no está tan sobrado de dinero para darlo á cambio de pólvora y balas, que lo necesita para atender á sus más perentorias necesidades; cese ya la guerra, que pierden las madres sus caros hijos, que mueren los hermanos de los españoles, que nuestra agricultura se reduce á faltas de brazos con que ensancharla, que se paralizan la industria y el comercio, que la nación entera se condena al marasmo, á la inercia, que la sangre riega los campos que solo debe regar el agua, que se acongoja el alma al pensar en la muerte de tantos hombres, sacrificados en holocausto del honor rutinario y escandaloso que nos amenaza con la destrucción de nuestra riqueza.
Y vosotros, Quijotes irresistibles, valientes de guardarropía, caballeros sin corazón, ¿quereis impedir que la paz derrame sobre España sus efluvios vivificadores? ¿Quereis que no haya en nuestra pobre nación más que lágrimas y luto? ¿Quereis, en fin, la guerra?
¡Desdichados!
De seguir el odioso camino que iluminais con la antorcha de la muerte, bien pronto veríais que en España no habría más que montones de cadáveres, campos yermos, ciudades desiertas y maldiciones para vosotros, que pondríais, sin duda, al fin de nuestra historia. “¡Todo por el honor!”
Y esta frase, hermosa como pocas, se vería desmentida por vuestro repugnante proceder.
El honor y la guerra no deben ir juntos; suprimid la última, sustituyéndola por la paz; pero no pretendais el fin de la guerra con el deshonor de nadie.
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