CODHECUN-0236
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LOS CURANDEROS
El Liberal, en los días corrientes parece, con motivo de su baldía información, una especie de empresario de pompas fúnebres, muy entretenido en vestir á la Federica á los enterradores del país, encargados de conducir el cadáver al pudridero, con toda gravedad y presopopeya.
En efecto, en los brazos de todos esos apreciables señores parece que está el cadáver de la España colonial; todos quieren reanimarle, y lo extraño es que para tan loable empeño haya quien pretenda no ayudar, sino sostener por sí sólo una carga tan abrumadora. Para uno, es mucha; para todos poca.
La falta de sinceridad y sobra de malicia política de parte de los exclusivistas, está en la conciencia de todo el mundo; y ellos, que reclaman en estos momentos la responsabilidad de lo ocurrido, podrán ser requeridos oportunamente como responsables de lo que ocurre.
Está todavía en casa ese cadáver; le hemos amortajado y llorado; los blandones que le alumbran son solícitamente despabilados por los amigos indiferentes á la desgracia; todo está en calma, pues hasta las lágrimas se secaron en las mejillas de los deudos, acostumbrándose á la idea de tenerle, aunque sea muerto...
Cuando llegue el momento supremo de ser arrebatado por los sepultureros, veremos quién tiene aliento para llorar de corazón y sobreponerse á las circunstancias.
Entretanto ¿qué nos queda?
Ciento cincuenta ó doscientos mil españoles repatriados, en su mayoría militares; ocho ó diez mil impatriados que eligen á España por madre, ya que por ella vertieron su sangre generosa, y veinte ó treinta mil comerciantes arruinados, que volverán á sus pueblos con las manos limpias á abrazar á sus familias y á tomar alientos para volver á empezar el trabajo interrumpido.
Total: medio millón de españoles sin pan, si se cuentan las familias que de ellos dependen.
Descartamos de esta desgracia inmensa todo lo relativo á las considerables pérdidas de carácter esencialmente nacional, las cuales han traido aparejado el espectáculo de la mendicidad creciente, y muchos exricos, cesantes, licenciados del Ejército y de otras clases y categorías.
Preguntadles á esos, todos electores, todos ciudadanos, qué piensan de lo que dice Silvela; de lo que afirma Salmerón, de lo que recuerda Pí y Margall, de lo que aseguran Linares Rivas y Romero Robledo, y el otro, y el de más allá... y os contestarán invariablemente:
“Queremos una disposición que nos garantice la existencia; queremos que se promulgue la ley del derecho á vivir, y no morir de hambre.”
¡Y son quinientos ó seiscientos mil españoles los que eso legítimamente reclaman!
¿Pueden satisfacerlo los que gritan, los que piden el Poder para ellos solos, los que, atentos al cumplimiento de las leyes escritas, desatienden toda idea de otras que traigan aparejado el alivio de tantas desgracias y de tanto infortunio?
Optan nuestros políticos por analizar el cadáver de la España colonial, sin cuidarse de que hay otro enfermo en casa, cuya gravedad le ha privado de la voz y de todo movimiento. La postración le impone la inconsciencia, y se pretende que hable, que se mueva y que discurra.
Suministradle reconstituyentes, haced que convalezca, y cuando se dé cuenta de sí mismo, cuando vuelva á vida que en estos momentos no puede apreciar, id y contadles esos cuentos de leguleyos ambiciosos, que ya sabrá á qué atenerse, y entonces, ¡pobre del que le haya engañado, abusando de su situación!...
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