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LA GUERRA CON LOS ESTADOS UNIDOS
Los Gobiernos monárquicos, con sus imperdonables torpezas, nos han colocado en la triste situación de declarar la guerra á la gran República norteamericana, ó sufrir el humillante bloqueo de sus buques en las costas de Cuba.
Esto es tan evidente, que hasta la prensa adicta á la situación lo reconoce y lo proclama. Inútil es que trate de atenuarse con supuestas cortesías é increíbles protestas benévolas esa actitud belicosa en que se ha colocado la Marina yankée.
Hay que afrontar la situación y decir la verdad al País.
No se trata de liquidaciones, como la propuesta por Silvela en sus inconcebibles discursos, que sólo respiran egoísta afán de mando y ausencia de patrióticos ideales, sino de demostrar á las naciones que en la España del final del siglo XIX, empobrecida y malbaratad por los Gobiernos monárquicos, alienta aún aquella entereza de carácter, aquel valor, aquel patriotismo que lanzó á nuestros padres á luchar con las legiones napoleónicas, y apresar las hasta entonces invencibles águilas imperiales en los campos de Bailén.
Las debilidades y fluctuaciones de nuestros Gobiernos; la política incolora y tímida que han seguido durante la restauración y la Regencia; el indiferentismo patriótico que han sembrado para impedir los clamores de la opinión; la conducta desacertada que en nuestras posesiones antillanas han seguido; el derroche de hombres y caudales en la desastrosa guerra de Cuba; todas estas causas y muchas más que pudiéramos citas, son ¿quién lo duda? factores contrarios al triunfo de nuestras armas, á la acción eficaz de nuestra Marina de guerra en una contienda con los acorazados de Norte América.
Pero los pueblos cuya historia contiene páginas tan brillantes como la española, ó triunfan de sus enemigos, ó sucumben con gloria.
Ante esas amenazas incesantes, ante esos alardes de fuerza, no podemos humillar la cabeza y declararnos en vergonzosa derrota sin combatir.
Si para vencer la insurrección cubana han sido transportados 250,000 soldados españoles á las playas cubanas, playas tienen los Estados Unidos donde desembarquen nuestros bizarros batallones, y aún puede que entre nuestros heroicos oficiales aliente algún Escipión que sepa triunfar de los modernos cartagineses.
Y si no hubiese ningún Escipión entre nuestros heroicos soldados, á buen seguro que entre los mercaderes yankées se encontrarán pocos Aníbales.
Los ejércitos mercenarios, como tendrían que ser los de Norte América, han sido siempre vencidos.
Roma venció á Cartago, como las falanjes griegas habían antes vencido á los ejércitos de Xerxes; como después el Imperio bizantino sucumbió ante las cimitarras sarracenas; como siempre sucumbirán los pueblos enervados y faltos de varoniles energías; como han sido y serán los pueblos de mercaderes ante la heroicidad de la naciones que rinden culto al honor, y que prefieren la muerte á la deshonra.
España tiene bien acreditado, con sus homéricas hazañas, que es de esos pueblos á quienes no arredra el infortunio.
Los Estados Unidos, que nos insultan y provocan, pueden tener por seguro que han de comprar muy cara la victoria, si acaso en el libro del Destino está escrito que, al terminar el siglo XIX, pierda España los últimos restos de sus posesiones en América.
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