CODHECUN-0285
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LA ÚNICA VERGÚENZA
No hay vaticinio posible; ni la fé nos abandona, ni nos abandona el valor; pero somos engañados, como chinos.
Mientras un suceso adverso no se consuma, el Gobierno se deja llevar de nuestro patriotismo, aceptando como suyos los hermosos laureles que conquistan nuestro heróicos soldados solo para ellos, y para la madre patria que les dio sangre y vida generosas.
Cuándo la desgracia siembra el exterminio, y el Dios de la fortuna no acompaña y corona á nuestros héroes, un grito de indignación lanza el acongojado pecho de los que vemos al descubierto las más inconcebibles torpezas, el abandono punible y escandaloso que se comete contra esos valientes mil y mil veces heróicos soldados, á cuyo esfuerzo gingánteo se halla encomendado sólo el honor de esta desdichada patria, porque esto solo puede esperarse de ellos: que se batan con heróico valor y mueran con honra, enviando en sus últimos suspiros, con la resignación de un Santo, un adios para siempre á la patria ingrata que los lleva al suplicio.
¿Porqué ha salido la escuadra de Cervera de Santiago? ¿No tenía esta población cañones suficientes para su defensa? ¿No llegaron los refuerzos que por tierra se esperaban? ¿No estaban ya extenuados de cansancio, con más de dos mil bajas, y un sin número de enfermos y heridos, ya próximos á abandonar el cerco, reconociendo su impotenesa, los yankis, por confesión expontánea de sus jefes?
Mientras hubiera delante de Santiago treinta poderosos barcos enemigos, era temeridad imperdonable mandar salir á los cuatro comandados por el valeroso Cervera; mientras no dominara el enemigo por tierra, mientras no peligrase de ser tomada la Plaza y hostilizada la bahia, la escuadra no debía salir de su refugio.
Es indudable que todo esto se debió temer, y por eso salieron los barcos con la obscuridad de las nueve de la mañana; es indudable que esos refuerzos ó no llegaron, ó no fueron suficientes, y en uno y otro caso hay grandes responsabilidades que exigir; y más aún si esos barcos salieron sin todo su armamento y pertrechos necesarios.
Nuestro era el triunfo allí donde se peleó con heroismo proclamado por nuestros mismos contrarios; dias de gloria habian conquistado nuestros valerosísimos soldados peleando contra unas fuerzas, superiores en número, en la aterradora proporción de uno contra diez; éramos la admiración de propios y extraños, todos estos inmarcesibles laureles y esta posición ventajosa que serían la base de otras ventajas inapreciables, las hemos perdido con la desgraciada y temeraria empresa de burlar el bloqueo.
¡Cuánta amarga decepción en tan corto espacio de tiempo! ¡Qué gratas las noticias al principio de la semana, y con que negruras, en el horizonte, concluye!
¿Como reponer ahora esos barcos que, unidos á los que manda Cámara y á algunos otros que pudieran salir de nuestros astilleros en no lejano plazo, servirían al menos para prolongar la guerra, proteger expediciones, y en último término, y sólo en último término, dar batallas en relativas ventajosas condiciones, haciendo que la paz viniera á ser más precisa á ellos, á los americanos, que á los españoles?
¿Y la escuadra de Cámara, porqué no ha ido á Filipinas, en donde con tanta ansia se le esperaba? ¿Qué es lo que ocurre allá en el campo de la diplomacia ratonera de nuestros hombres de Gobierno? ¿No les avergüenza su situación, no les remuerde la conciencia? ¿Porqué no hablan claro al país, que tiene derecho á saber que es lo que se hace de su honra, en primer término, y de sus intereses y de la sangre de sus hijos en último término?
¿Fuimos acaso á la guerra por la venganza de un despechado político de la actual situación, que no tuvo la abnegación de emigrar y decir á esta pobre España que había sido engañada por él, por sus ambiciones de mando ó por el temor del ridículo en que habría de caer por su inexperiencia, sus torpezas y las de este Gobierno de que formó parte?
Nunca como en la ocasión presente ha necesitado España del valor de sus hijos, de ese gran valor que consiste en vencerse á si mismo, en contener los impulsos de una indignación tan justa y tan noble, como esteril y próxima al cataclismo; nunca como hoy se precisa la serenidad del juicio en los hombres de buena voluntad, en los verdaderos patriótas de esta nación desventurada.
Entregarse á los furores inconscientes de la colera, sería un estigma vergonzoso, la única vergüenza que pudieran hallar en los españoles los que desde fuera tan honrosamente nos ha juzgado.
R. de la Miyar.
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