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Tarde lo han confesado
En el largo proceso acerca del origen de la guerra injusta provocada por los Estados Unidos, se ha venido á una conclusión que muy bien podría servir de punto de partida para que, al intervenir, como ya debieron haberlo hecho, las naciones europeas, caso de que por intervención lleguemos á la paz, se hiciera justicia al derecho de los españoles, á la razón de la conducta del Gobierno que sostenía en Cuba la guerra con la energía con que la llevaba el prestigioso General Weyler.
Por sentimientos de humanidad, por amor á aquéllos desgraciados y honradísimos ciudadanos que peleaban por su independencia, los Estados Unidos protegían, primero secretamente, luego de modo descarado y siempre con la hiel de aparecen indignación contra la cruel y sanguinaria España, á los insurrectos cubanos, á los que traidoramente hacian derramar torrentes de sangre española y consumir inmensos caudales, que no poseíamos, en una tenaz lucha á millares de leguas de la madre patria.
Esto último lo sabíamos los españoles por larga y dolorosa experiencia, sin que protestaran nuestro honor y la hidalguía de que hacemos fervoroso culto de los crímenes de que se nos suponía autores en la mortífera manigua, panteón de más españoles que hojas de plátanos y cocoteros se mecen en sus dilatados bosques al arrullo de las tropicales brisas, como bendiciendo á héroes desconocidos, allí asesinados, por las hordas del infame Calixto, del sanguinario Maceo y otros tantos y tantos valerosos jefes de la insurrección cubana.
Ciego y mudo el continente europeo, veía y oía nuestro valeroso y noble esfuerzo y el esfuerzo que los americanos hacían para justiciar su oficiosa é irritante ingerencia, sordas y mudas nuestras hermanas las naciones del viejo continente, veían y oían y podían comprobar el auxilio á los cubanos insurrectos, la calumnia contra España, la provocación y la amenaza, y finalmente la declaración de la guerra al grito del noble sentimiento de humanidad.
Llegamos á la lucha, y ese sentimiento de humanidad, tantas veces invocado, el único en que los Estados Unidos se apoyaba para justificar su rastrera conducta, su proceder infame y traidor, ya lo hemos visto en Cavite, lo hemos visto en Santiago de Cuba, al emplear contra todas las leyes del derecho, bombas explosivas, á las que no resisten, el hierro ni el acero contra barcos y poblados. Diríase que era un arma de defensa; pero ni aún así hallaría tolerancia, tratándose de su empleo contra nación más débil, contra un enemigo cuyos barcos y habitantes están en la relación de uno contra seis. Pero aún esto podría pasar desapercibido, tolerado por la paciencia fraternal de Europa. Lo que no puede pasar, porque es dato importantísimo en el presente litigio, es la declaración hecha por el General Shafter á su gobierno en el momento de la rendición de Santiago y algunos días antes.
Ha dicho Shafter: “Los insurrectos cubanos son cuadrillas de malhechores y bandoleros.”
¿Ante la gravedad de esta declaración, qué razones aducirán los Estados Unidos para justificar su intervención en Cuba, sus provocaciones é insultos? ¿Que pueden reclamar, ni qué se les debe conceder después de declarada por ellos mismos la sinrazón de sus razones para venir á una guerra que tantos sacrificios cuestan á la pobre España?
Tarde lo han conocido los americanos, pero su confesión absuelve á los españoles y condena su infame intervención en los asuntos que, encomendados á nuestros solos esfuerzos se hubieran resuelto en la forma más conveniente á nuestro derecho y á nuestros legítimos intereses.
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